hemos visto: Pasan cosas. Cosas que pasan

No tan conocida como su faceta verídica, las críticas de cine inexistente de Julio César Castro son parte de su legado como poeta del humor excéntrico. Juceca es, arriesgo, uno de los pocos primos de los payasos en la literatura uruguaya.

La mención viene a cuento por dos lados, por el gusto de proponer una cercanía de Juceca con la sensibilidad payasa y ver si será también así para ustedes... y además porque el maestro comenzaba sus críticas de cine con las palabras "hemos visto...".

Pues bien, como ya escribí un hemos visto para Donka, del Teatro Sunil, ahora ya digo que tenemos en será clown una sección "hemos visto" (con su etiqueta y correspondiente vínculo ahí arriba a la derecha del blog), que irá comentando las payasadas que vayamos viendo. Esta sección está abierta para que ustedes manden crónicas-críticas similares.

entonces....

Hemos Visto la obra "Pasan cosas. Cosas que pasan", de Pipilas: las payasas Casandra Casanova y Ameba Kohen, así con apellido y todo, que en el mundo sin nariz roja vienen a ser Victoria Cestau y Milena Santos respectivamente. En la dirección trabajaron Eduardo Montero y Gabriel Salvetto.

viene a ser el primer formato largo de la barra que nos hemos formado con Luis Regalia (hoy conocido como el pelado Luis).

y, ¿cómo estuvo?

ah, nos divertimos... y también se revolvió la sensibilidad y la cabeza de pensadores de la escena, de estar ahí afuera, comentándola, y se agradece ese movimiento.

La obra hace honor a su nombre. En ella las cosas pasan. No hay una anécdota, al menos no en primer plano, para acompañar el recorrido. Lo primero es la llegada de Ameba siguiendo hilos rojos que la llevarán a entrar en una caja también roja. Cuando Casandra toma la escena, mantiene el ritmo de la música y el juego hasta encontrar a su compañera que, escondida, soltaba burbujas sin cesar, ni dejarse ver.

Lo que sigue es el encuentro, en una sucesión de gags de crecimiento hilados más que nada por lo que va quedando del juego anterior, aunque también por nuevas ocurrencias o problemas de las payasas. Y allí hay una fuerza y una debilidad: la valentía de proponer un juego escénico que se separa del relato pierde intensidad por la insistencia en una fórmula de crecimientos hacia el exceso. Quizás la fórmula no termina de cerrar porque además de ser muchos, los crescendos precisarían más desarrollo. Sucede que las payasas ya están activadas en una intensidad alta y el recorrido hacia su máximo del momento resulta breve. Si el punto es levantar una imagen y ser conducidos hasta verse explotar junto a ella, la cuestión puede pasar por atender a las transiciones entre gags para trabajar climas de bajada que hagan el repecho más intenso y jugoso.

Hay una belleza en la imagen de las cosas que pasan. La fineza en la realización de vestuario y momentos particulares como la tormenta eléctrica o el cambio de luces y sitio antes de la lluvia de pétalos hacen viajar al espectador desde un salto en la butaca a otro en la mirada. Y uno, como siempre, quiere más de eso.

La complicidad del dúo es el fuerte en Pipilas, lo que se anuncia entre ellas, en la obra y afuera. La pregunta que reaparece es ¿qué van a hacer ahora?. En lo que vimos ayer funcionaba más en el lugar del contrapunto que en la alianza sobre el final, pero es posible que esto no sea por la relación de dúo sino por las resoluciones del final mismo. Cada una tiene sus momentos de explosión, curiosamente desde un enojo parecido contra el mundo exterior, que se sustentan firmes sobre la relación de dúo.

Algunas elecciones sobre el final lo dejan a uno con gusto agrio a la salida. El segundo tramo de la obra va sobre el abandono, en principio Ameba siente la soledad de alguien que la deja, presumiblemente un hombre. Y luego eso va hacia la reivindicación, que Cassandra acompaña cantando tangos clásicos.

Recuerdo ahora la opinión de un colega lúcido, Diego Baffi, que viendo el "Cancionero Rojo" de Lila Monti y Darío Levín decía que la flecha de los problemas payasos apunta siempre hacia adentro y no tanto hacia lo mal que está el mundo allá afuera; esos problemas que nos rodean, se pueden ver quizás por espejo, como en Chaplin, pero no tapan la vulnerabilidad del clown.

Las Pipilas, sobre el final, toman una decisión diferente y apuntan la flecha hacia afuera. Invitan a un hombre del público a subir al escenario y juegan el destrato, como revancha del abandono quizás, pero colaborando a ese gusto agrio. Tras ese momento, el destape de vestuario, que anunciaba fragilidad, se cubre de fuerza desafiante y cuesta ver fragilidad en una salida que el público aplaude contradecido y un tanto incómodo. Vale resaltar que no hay recetas sino elecciones estéticas, pero se me cruza la idea de un género y sus límites. Lo bueno es que tras esto uno queda con preguntas:

¿será que el público debe ser tratado con respeto por los payasos?, ¿no estamos acaso para faltar el respeto a las vacas sagradas de la costumbre?, ¿desde cualquier lugar?, ¿cómo emparentar la vulnerabilidad y la actitud desafiante?

uno se pregunta por límites y lo hace agradecido de ver el trabajo de estas compañeras payasas, que ojalá siga rodando en la naciente y cada vez más activa escena local de payasos.

y así cerrando, queriendo abrir, entre límites, unas imágenes de Aristóteles, que hablaba sobre asuntos vecinos. Quizás tratamos, como los arqueros, de dar en el blanco con la mayor justeza posible, sabiendo que el asunto tiene mucho que ver con las fallas. y también, que siempre estamos en un día de viento.

*** escribí esta entrada a los pocos días de ver el estreno de la obra. releyéndola ayer, sentí las ganas de moldear aristas cortantes o incisivas de la crítica. decidí dejar el texto como estaba, agregando esta nota. la entrada habla sobre una función, en la que por suerte no todo está previsto y en la que, siendo la primera, se prueba el material. con las ganas de seguir viendo pruebas de las pipilas, otros tres asteriscos cierran ahora ***

estado de fermento

"Por inusitado que sea, este modo de publicar me parece más natural y más modesto que el libro propiamente dicho, para una parte considerable de lo que pensamos. Ya que una necesidad, hecha en parte de vanidad y en parte de sentimientos más nobles, nos obliga a escribir, reservemos la forma del libro para aquellos sistemas de ideas que acaben por tomarla espontánea y naturalmente. Para el resto, esta otra forma es la mejor: así podemos ser más verdaderos y más sinceros; evitamos menos difícilmente el peligro de forzar la afirmación y de simetrizar por la violencia, y conservamos la libertad de dudar, de ignorar, de completarnos y de corregirnos".
Un tipo polémico, un filósofo lleno de vida. Así lo empiezo a imaginar a Carlos Vaz Ferreira, ahora que me acerco a él y me alejo de un lente intelectualista con el que lo prejuzgaba.

Fermentario, así se llama una obra de este filósofo uruguayo: allí deja esos pensamientos verdaderos, sinceros, un tanto crudos, o recién salidos del horno capaz. Poner el pensamiento a fermentar, así haciéndolo letra fue uno de los proyectos de este pensador.

Suficiente introducción, vamos al punto.

Lo que he venido publicando por acá es fermento, pero también cristal. Pensamiento que pretende estar pulido. Entonces, para conservar esa libertad de la duda y la ignorancia, abrimos un espacio en ¿será clown? para el fermento de los pensamientos sobre nuestra arte. Y digo abrimos porque invito a que aparezcan los fermentos que circulen entre ustedes. Que fermenten vivendo acá.


Adeeeentroo:

Estado y Acción

Decimos, creemos, hacemos clown desde el estado. Habría una diferencia en hacer clown a partir del estado, una forma de sentir, que en hacerlo a partir del personaje (formas de caminar, hablar, reaccionar, prefijadas).

Ahora, sucede que si uno entra demasiado en estados puede ser que eso disminuya su escucha y la posibilidad de compartir algo prefijado. En concreto creo que eso me pasó actuando el fin de semana pasado. En un número que tiene sus tiempos lentos en algunas partes, hice una pasada disfrutable y en sintonía con el público, pero un tanto apurada. Creo que el apuro vino porque al actuar entré en un estado particular que me llevaba hacia allí.

Sobre esto, leo a Daniele Finzi Pasca:

El gesto del clown es un gesto en conmoción, se hace “junto a”. Tú estás enfrente de este dragón y lo invitas a danzar, y lo invitas siendo tú mismo, percibiéndote a ti. No importa saber si estás feliz o estás emocionado mientras danzas. (…) Parto de una idea guía: “nunca estar en el gesto que tú estás cumpliendo. Nunca estar donde se está”. Es un enfoque distinto a muchas otras escuelas. Creo que se tiene que estar siempre alrededor del gesto principal, no importa sentir, vivir una emoción, sino percibir continuamente el efecto que provoca. (Teatro de la Caricia: p. 39).

Sin caer en la solución perfecta o definitiva, pero dejando que la acción payasa también fermente, abro esta duda. ¿Qué pasa con el sentir? Parece que a veces hay que moderar adentro para ver afuera con más fineza. Se trata de nuestro viaje sobre el estado, de estar allí, pero no solo en lo que pasa "adentro" sino atentos, a lo que va pasando "afuera". ¿adentro y afuera? De estar afuera de uno. ¿el encuentro?

hemos visto Donka

ya pasan unas semanas desde que nos tocara adentro la campanita.
 Donka, espectáculo del Teatro Sunil dirigido por Daniele Finzi Pasca (¡cuanto link!) visitó Montevideo y dejó a la comunidad payasa con el corazón, la boca y los brazos bien abiertos.
una obra que acariciándonos, nos sacude y amplía nuestros horizontes. un diálogo que comienza y volverá al proscenio, en el que los clowns se transforman y son allí con el público. palabras que llegaron desde Teatro de la Caricia, la bella entrevista a Daniele que realizara Facundo Ponce de León y que nos acercara al mundo del Sunil desde esa forma más cotidiana del diálogo.
esta entrada en el blog quiere, como las demás, preguntarnos algo sobre el clown. sabiendo que en la pregunta hay un campo tan amplio o mayor que en la propia respuesta.
la invitación es a hacer preguntas sobre nuestra experiencia como espectadores, como aquellos que fuimos invitados a la danza, de Donka. ver en esa experiencia qué se nos mueve respecto del camino del clown.

mi pregunta viene por el lado de la cuarta pared:
 ¿cuál es el grado justo entre trabajar para hacer la representación creíble y llevar al espectador a un mundo y, por otra parte, mostrar el carácter ficticio de la representación?
una historia de la pregunta: 
 el intervalo fue muy movilizador para mí. viniendo desde donde veníamos, la caída del telón rojo me sorprendió al mismo tiempo que la agradecí por completo.
luego, durante los minutos que duró el descanso me encantó ver a una mujer, en el proscenio, haciendo su trabajo y tratando de no ser vista. ella limpiaba el hielo de la escena anterior. en un momento quise que  mirara a público y fuera, allí, una clown más; después agradecí que no lo hiciera y siguiera siendo una limpiadora del Solís, porque me dejaba reconocer la presencia del teatro, el lugar donde estábamos.
.......

recuerden preguntarse y compartir si llegaron hasta acá
ahí queda un trailer de la obra


autoridades

Acá ando, escribiendo una entrada nueva para este preguntón seráclown, después de un buen tiempo de ausencia.

La semana pasada anduve encontrando en la internet querida algunos artículos sobre clown, casi todo desde Brasil.

Y por ahí me topé con un artículo, llamado “No me toque las narizes, Socorro! Não as pedagogias opressoras com nariz vermelho!”, que me tuvo pensando um buen rato y me motivó a compartirlo por estos pagos. Uma boa escusa pra ler português.

Lau Santos y Fabiana Lazzari, autores del texto, la emprenden contra el abuso de autoridad por parte de algunos docentes de clown. La crítica que quieren transmitir se sintetiza así “a idéia de uma forma disciplinar baseada na relação de um poder opressor e humilhante que permita que a fragilidades emocionais do aprendiz aflorem rapidamente têm sido uma constante nos cursos e oficinas de palhaço.”

La discusión es pedagógica, trata de la relación educativa que establecemos en los talleres de clown. Se pregunta, específicamente, acerca de cómo habilitar la exposición de la propia fragilidad y el disfrute con ello con una intención escénica. Quizá más que preguntarse, en este caso se discute una posible respuesta a la pregunta pedagógica rechazando el abuso de autoridad.

Aunque Santos y Lazzari comienzan su texto admitiendo el hecho de que el payaso está directamente relacionado con la autoridad y el poder, desde sus orígenes y en algunas formas de vínculos entre payasos, creo que su argumentación puede tener una falla relacionada con establecer reglas estrictas. Por momentos me parece que restringen mucho el uso de la autoridad como pedagogía y que establecen una pauta demasiado rígida. Estoy pensando, y me suena que no lo estoy diciendo así que ahora sí lo digo, que el uso de la autoridad en distintas intensidades puede ser un buen motor de provocación hacia el otro mientras buscamos en torno al payaso. Si la relación es de amor y respeto no parece que debieran haber tantas restricciones.

Pero por ahí puede ser que Santos y Lazzari estén de acuerdo con esto último. De hecho, dicen “quem sabe um pacto entre o pedagogo e o aprendiz sobre as relações entre jogo e poder possam ajudar este ator se libertar das máscaras sociais para, assim, vestir a menor máscara do mundo.” Si ese pacto implicara la comprensión de que el pedagogo juega la autoridad, aunque sea en un extremo, el poder no estaría siendo opresor.

Es mi experiencia como aprendiz la que me señala estas ideas que ahora comparto. Existen pedagogos que no usan el juego con la autoridad en la enseñanza y llegan por otro lado, existen pedagogos que sí toman este camino, con amor y respeto; ambos caminos parecen dar sus frutos. El hecho de que algunos talleristas no habiliten este tipo de pacto y abusen de su lugar de autoridad no debería llevarnos a rechazar el recurso por completo.

Sobre esta cuestión recuerdo ahora un par de ideas que he leído pero no recuerdo dónde, así que las comento y si alguien por ahí las identifica agregamos la referencia.

Se ha dicho que en el pasaje del payaso hacia el teatro se ha perdido la figura del carablanca y que hoy se seguiría la tradición del augusto solamente. Es interesante que este comentario también agrega algo sobre la pedagogía; no es solo que la autoridad aparece raramente en la escena sino que su lugar ha girado y quien lo ocupa es el docente de clown.

¡Apareció la referencia original de este comentario!

There is one place that the white face does appear in contemporary European clowning, however, and that is in the role of the clown teacher, especially the one who follows the via negativa , in the tradition of Lecoq and Gaulier. Being limited to the classroom, though, these figures are rarely seen in public.
{En el clown contemporáneo europeo, sin embargo, hay un lugar donde el carablanca aparece y es en el rol del docente de clown, especialmente en aquellos que siguen la via negativa, en la tradición de Lecoq y Gaulier. Aunque estando limitados al aula estas figuras raramente se ven públicamente}

Jon Davison: The Phenomenology of Clown, p. 6.


El otro comentario que me revolotea viene quizás a explicar la situación anterior. La dupla augusto-carablanca es propia de una época y de una forma de concebir el arte payaso, con un atravesamiento mútuo de ambos factores. Por ese lado, puede pensarse que hoy la autoridad no aparece en escena o llega desde un diálogo interno del payaso en sintonía con diferentes formas de relacionamiento subjetivo con la autoridad a nivel social. Siento que esta segunda idea que me revolotea es más atractiva de lo que he logrado transmitir así que trataré de encontrar la referencia e incluir citas, pero por ahora quedémonos con esto.

Hasta acá llegó mi parte de la cháchara, los invito a que lean el artículo y comenten por acá. ¡Novedad!: Tenemos disponible una traducción del texto al español gracias a Sebastián Viera que se tomó el trabajito: se baja de acá.

abrazoz

Estado, implicación y reconocimiento

Hhh ooo las.
Aparezco por acá para compartirles un ensayo que escribí para una presentación que hicimos con Daniel Ullman, compañero payaso, en el 3er Congreso de Clown y Payasos de Hospital en Buenos Aires. La ponencia se llamaba “Estar, sentir, transformar. Implicaciones en juego: el Clown hospitalario desde la psicología y la filosofía”. Nuestra intención fue comentar, a partir de la experiencia de trabajo de clown en hospital en el programa Jarabe de Risas de la fundación SaludArte, algunas perspectivas sobre nuestras vivencias payasas en un plano conceptual. Fue una experiencia linda de compartir estos pensares y de escuchar intercambios en el final.
 Las visiones y pensamientos que transmito más abajo surgen como reflexión sobre el trabajo de clown en hospital pero no pretenden ceñirse solo a ese ambiente. Hablo del payaso, que está allí, como podría salir a cualquier otra parte. Aunque está compelido a estar allí.
Después del congreso me dieron ganas de darle otra vuelta al trabajo y pulí un poco la escritura y acá llega. Este es mi primer trabajo teórico sobre el clown y seguro que es muy ambicioso al intentar rodear temas como estado, encuentro, definición del payaso/clown, etc. en pocas líneas. Pero parece un lindo puntapié inicial.

¡¡Priiiiiii!!

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Estado, implicación y reconocimiento


Mi nombre es Ernesto Alves. Además de ser payaso en hospital como parte de "Jarabe de Risas" en el Hospital Maciel de la Ciudad Vieja de Montevideo, soy estudiante de filosofía y profesor de filosofía en educación secundaria. En esta comunicación quisiera hablarles de algunas conexiones de sentido entre la filosofía y el clown, encontradas en la búsqueda de intersecciones entre los dos campos.

Los pensamientos sobre el payaso que desarrollaré parten de un análisis y una búsqueda de comprender conceptualmente lo que llamamos el estado en nuestro género. Generalmente se habla del estado del clown caracterizándolo en relación con la proyección, la expansión, el disfrute, la escucha, la vulnerabilidad, la incertidumbre, la presencia, el juego y otras características del estilo. Suele decirse también que el estado es algo que se siente, que se vive. Mientras me parece que la relación de lo que llamamos estado con el campo emocional es notoria, no me resulta tan nítido su vínculo con nuestra experiencia en general.

Entiendo a la ‘experiencia’, desde un punto de vista filosófico, como la captación sensible del mundo. Lo que nos es dado, lo que se nos presenta como real y la forma como lo incorporamos constituye la experiencia. En ese sentido podemos decir que tenemos experiencia del mundo; en tanto entendamos que puede hablarse tanto del mundo externo como también del mundo interno como el campo de la experiencia interior, ese espacio donde ocurre nuestra sensibilidad, la emoción, el pensamiento y las diversas afectaciones.

Al iniciar estas reflexiones aparecen más sospechas que certezas. La sospecha primaria es que iniciar un camino de aprendizaje en torno a la filosofía de las emociones podría enriquecer nuestra comprensión de ciertas claves de nuestro género. En lo que sigue trataré de mostrar cómo se mueve esa sospecha, no tanto los resultados que ofrecería finalmente. Comenzaremos por delinear un acercamiento a la comprensión del estado para ver luego como cierta concepción filosófica sobre el rol de las emociones en nuestra experiencia en general puede ampliar aquella comprensión.

Creo que nuestro trabajo en Jarabe de Risas se caracteriza por una búsqueda artística dentro del lenguaje del clown en torno a la posición que ocupamos en el espacio hospitalario. Nos proponemos realizar una actividad artística que transforme el espacio simbólico del hospital, esto es, que permita una percepción distinta y esperanzadora sobre el ambiente de convivencia, cuidando los límites del género y disfrutando la exploración de las posibilidades que ofrece.

Pero si la búsqueda se plantea en torno a un posicionamiento, se nos plantea una pregunta, ¿de qué forma puede estar un payaso en un hospital? ¿Cómo responder a esta pregunta?

Pensemos en el estar, en las posibilidades en torno a este concepto. El posicionamiento en un espacio crítico en cuanto a la sensibilidad nos mueve directamente a una forma de compromiso para con nuestra propia presencia. Y no se trata aquí de un compromiso desde una postura ética, sino vivencial: si lo que se trata es de estar allí, cuando vivimos como payasos, entonces no hay escapatoria. Nos encontraremos directamente implicados en un ambiente, sea cual sea: un día de frío o calor, con movilización de funcionarios en el hospital o con tranquilidad general, puede ser un día en que las cosas estén saliendo bien y conectemos con nuestros compañeros y con las demás personas o puede ser que no pase nada de eso. Lo común a todos estos casos, creo, es que si hemos de ser payasos debemos estar allí.

El estado nos remite así a una forma de posicionarse en un espacio, desde el sentir. Si estamos allí acompañando nuestras vivencias, jugándolas y disfrutándolas, estaremos en el camino del estado. Como ya debe ser claro, estoy apuntando a la presencia en el instante de vida, a la percepción ampliada y a la expansión en la acción como claves de aquella forma.

El hacer acto de presencia en un hospital parándose desde el disfrute nos exige una forma de estar implicada, comprometida con la otredad: una forma de estar que se caracteriza por ser una presencia sentida, afectada y envuelta con el sentir de sí y el sentir de lo otro: de los pacientes, sus acompañantes, de los trabajadores y también del espacio, del patrimonio del hospital, de sus paredes y estatuas, sus ventanas y corredores.

Remitimos al estado entonces como a una forma, a una disposición en la que el payaso se sitúa para trabajar y que habilita múltiples contenidos. Se trata, quizás, de una forma de la experiencia, es decir, de una condición previa al relacionamiento con el mundo interno y el mundo externo que los envuelve y tiñe con un significado primario. Este significado primario, este color de tinta, este sutil envoltorio, es un color y envoltorio afectivo y subjetivo que nos da una figura básica y primigenia de lo real. Comenzamos así a entrever un concepto de estado relacionado con el concepto filosófico de experiencia.

Como señalé antes, el compromiso, entendido como implicación, es una característica principal del estado del payaso porque requiere una aceptación total de la sensibilidad propia, de la emoción que surge y aflora en impulso. El estado es un imperativo de que suceda lo que nos motiva en el momento y lugar.

Desde otro punto de vista, girando la mirada, vemos que el compromiso sucede en relación con la otredad, que se concreta especialmente en las personas con las que interactuamos en el hospital y a las cuales proponemos un encuentro. La búsqueda del estado une los dos niveles de implicación en tanto el encuentro solo puede suceder si ponemos en juego en el encuentro nuestra sensibilidad y presencia real.

El desarrollo propuesto hasta aquí nos señala que el clown, trabajando desde el estado, percibe la realidad desde un posicionamiento especial, la implicación. Este posicionamiento, ponerse, postura, consistiría básicamente en envolver a la realidad, tanto interna como externa, con un contenido subjetivo elemental, desde una actitud de inclinación hacia la aceptación de lo que sucede.

Llevando estas interpretaciones a un plano filosófico más general, ya no hablando solamente del clown, nos encontramos afirmando que nuestra experiencia, la fuente básica de nuestro conocimiento, se encuentra condicionada previamente por una actitud de implicación.

Retomemos entonces nuestro punto de interés complementario: la filosofía. La tradición en este campo ha insistido en considerar a las emociones y al conocimiento como campos radicalmente separados de la experiencia del mundo. En tanto entendamos a la experiencia como aquello que captamos en cierta forma, que nos ofrece información sobre la constitución de lo que sucede, y sigamos a la mayoría abrumadora de la tradición filosófica estaremos hablando de un campo representacional que se limita a lo cognitivo y no tiene en cuenta a lo afectivo. Lo que quiero señalar es que generalmente las teorías no desconocen el plano de los afectos, las emociones, pasiones o sentimientos, pero se ocupan particularmente de distinguir estos planos del campo de la experiencia legítima.

Una de las sospechas que quiero comunicar aquí es que en la filosofía contemporánea de nuestros tiempos esta distinción ha sido cuestionada desde diversas tiendas. Alguien puede pensar ahora, con todo derecho, que ha habido filósofos anteriores que han dado un rol central a las emociones en sus teorías del conocimiento. Ante esta posible objeción es justo aceptar el señalamiento sin dejar de reconocer, pese a ello, que la mayoría de la tradición filosófica ha partido desde el punto de vista antes explicitado.

El principio antes señalado de que el conocimiento se encuentra condicionado previamente por una actitud de implicación forma parte del proyecto filosófico del alemán Axel Honneth, actual director del Instituto de Investigación Social donde surgió y se desarrolló la llamada Escuela de Frankfurt. A esta escuela pertenecen varios filósofos como Theodor Adorno, Walter Benjamin,Max Horkheimer, Herbert Marcuse, entre otros, que propusieron una mirada crítica de la realidad sociocultural.

Uno de los intereses teóricos fundamentales de Axel Honneth es rescatar el concepto de ‘reconocimiento’ para la filosofía de la práctica, en una unión interesante con elementos de la teoría del conocimiento. En efecto, la tesis que me interesa de Honneth en este momento señala que el reconocimiento precede al conocimiento1.

En relación con lo señalado anteriormente veamos que Honneth caracteriza al reconocimiento como una actitud delsujeto respecto de sí mismo, hacia los demás y hacia el mundo en general. ¿En qué consiste esa actitud y cómo se relaciona con el pensamiento sobre la implicación en el estado del payaso?

Honneth dice que el reconocimiento es una perspectiva de apoyo, inclinación y compromiso, una “forma holística de la experiencia”2, de carácter primaria. Se trata entonces de una dirección en la que la sensibilidad se posiciona originalmente para disponerse a la experiencia. En efecto Honneth nombra por momentos al reconocimiento como una postura, lo que nos habilita a relacionarlo con la idea del estado como posicionamiento y forma de estar.

Para Honneth, que se inspira en Lukács, Dewey y Heidegger para sus reflexiones, no se trata de imposibilitar así la posibilidad de una captación racional más objetiva de la experiencia del mundo. Esto sería posible mediante una toma de distancia de las cualidades primarias atribuidas a la experiencia desde el lugar de la implicación. Sin embargo, mientras se señala esta posibilidad se reafirma que dicho proceder será legítimo siempre que recuerde y conserve la precedencia original de la experiencia de implicación.

Es interesante ver como la actitud contraria al reconocimiento, caracterizada por Honneth como ‘reificación’, consiste en un olvido del reconocimiento. La actitud objetivista que pretende conocer sin mediaciones subjetivas sería una forma básica de olvido de la forma original de la experiencia como implicación. El olvido aparece como una pérdida de contacto, un desencuentro con lo primario en la experiencia.

Nos encontramos entonces, para recapitular, con una tesis que afirma que en nuestra relación práctica en el mundo concebimos originariamente la relación con nosotros mismos, con los demás y con el mundo desde una perspectiva de implicación. Esta implicación es caracterizada como dotación primaria de valor, como una inclinación existencial, que podría relacionarse con el concepto de aceptación en clown, en tanto que se trata de una constatación que tiñe de afecto al fenómeno que se percibe y lo incorpora.

Podemos observar varios puntos de contacto de nuestra caracterización primaria del estado del clown y lo que Honneth ha entendido como reconocimiento. Estamos en ambos casos con condiciones de la experiencia que exponen la implicación del ser que percibe el mundo. En otras palabras, se dice que en ambos casos hay algo del campo afectivo-emocional que tiñe o envuelve la forma en que percibimos y vivimos el mundo.

Creo que el camino seguido hasta aquí nos allana algunos pasos en el camino hacia la comprensión del estado del payaso. Sin embargo, parecería que faltan aún muchos elementos a tener en cuenta. ¿Qué hay, por ejemplo, de la importancia central del encuentro con el otro?, ¿qué es el clown sin la interacción con otras formas de humanidad, con personas concretas? Aunque se han señalado ideas en este sentido, es cierto que el desarrollo hasta aquí se hacentrado en el estado, como condición de la mirada del payaso sobre el mundo.

El clown se nos aparece como una forma de diálogo, no necesariamente verbal, sino en el sentido de que hay una relación de comunicación entre el payaso y los otros. La forma en que trabajamos en nuestro grupo, la improvisación desde el estado, mueve a esta forma de interacción. No podríamos entonces comprender el estado sino es también en torno a la necesaria vinculación con otras personas que se nos presentan al diálogo. Como ha dicho Sue Morrison: “El clown es una conversación. Si éste fuera el clown y aquel otro el público, el lugar donde vive el clown será donde sus dos energías se conectan. Ese es el ‘nosotros’.”3

Se plantea entonces la cuestión dual de que el payaso, en tanto presencia, vive allí, esto es, se enraíza en la vivencia del ambiente en el que se encuentra, pero al mismo tiempo, tiene una vivencia haciauna otredad, hacia otros mundos subjetivos.

Creo que esta definición parcial del estado en torno a una forma de posicionamiento concreta desde sí, al encontrarse con el carácter proyectivo, con la vivencia hacia el encuentro con otro4, este encuentro digo, en su apariencia de contradicción, nos muestra una dificultad fundamental para definir al clown como género dramático.

El encuentro en tensión de una percepción implicada del mundo desde un posicionamiento que es singular, que parte del propio centro, con la necesaria tendencia hacia el encuentro es lo que nos lleva a la dificultad. Esta dificultad ha sido enfrentada generalmente en ensayos y artículos sobre el clown y nos plantea un desafío que debería quizás afrontarse si queremos realizar un discurso que tenga al payaso como sujeto.

La cuestión puede plantearse filosóficamente de una forma clásica: ¿cómo hablar, o pensar, un objeto de estudio sin una definición que nos permita reconocerlo como tal? En nuestro caso sería, ¿cómo hablar del estado del clown sin antes definir al clown? Esta forma de plantear la cuestión pide una respuesta en términos esenciales, de establecimiento de condiciones necesarias y suficientes que un objeto debe cumplir para caer bajo la definición.

Sin embargo, la necesidad filosófica de fijar esencias, de trabajar con lo permanente como dado, ha venido siendo criticada desde hace ya un buen tiempo. A mediados del sigloXX, Ludwig Wittgenstein advertía que no debemos buscar condiciones comunes necesarias a los objetos de una clase sino que debemos guiarnos por sus parecidos de familia5. Creo que este señalamiento es especialmente atendible para nuestro género, el de los payasos, ya que solamente con esta flexibilización de la exigencia podremos reconocernos como en un mismo campo de trabajo personas que trabajamos siguiendo diferentes tradiciones, con diferentes intereses creativos y diferentes productos artísticos.

Cerremos paréntesis entonces y digamos: la tensión en el trabajo desde sí y hacia el encuentro que nos
lleva a preguntarnos por qué es el clown en sí mismo, no debe ser reducida a una explicación que la vuelva coherente. Precisamente uno de esos rasgos que forman parte de los parecidos de familia en los payasos y que los hace parecidos es la incoherencia. El planteo entonces es no recusar la contradicción, sino aceptarla como propia de este campo artístico y reconocernos como familia con parecidos y lazos que no pueden ser establecidos en una única definición.


A modo de cierre, hemos caracterizado al estado del payaso como una forma de estar, como una presencia sensible. Entendemos que esta presencia sensible es implicada, en tanto supone una cercanía afectiva primaria con lo que percibimos, un reconocimiento desde un punto de vista particular, que tiñe y envuelve a lo real con elementos subjetivos en circulación.

En un segundo momento, vimos que esta caracterización del estado del payaso contradice una definición clásica de la relación entre las emociones y la experiencia en general en la historia de la filosofía.

A partir de allí, compartimos el punto de vista de Axel Honneth, quien rescata el concepto de reconocimiento para la filosofía contemporánea. El proyecto de Honneth pretende identificar al reconocimiento como implicación, como una actitud básica para la experiencia de sí, de otros y del mundo en general. Esta actitud, o postura, contiene en primera instancia elementos sensibles, afectivos y emotivos, que no pueden olvidarse a la hora de pensar la experiencia y objetivarla adecuadamente. Para Honneth esta forma de relacionamiento es una actitud humana auténtica.

Hemos sugerido, a continuación, que el payaso no puede ser definido si no es remitiendo al encuentro de mundos, con su público. El clown es una forma de relación, un diálogo, el clown sucede entre los seres que se relacionan. A partir de esto hemos señalado problemas, o tensiones, para la definición de clown y hemos sugerido una postura no esencialista.

Y aquí estamos, finalizando este trabajo. Pensando sobre aquello que sucede fuera del pensamiento. Aclarando nuestras sospechas y con la expectativa de que muevan a otras diferentes para comprender teóricamente nuestra vivencia como payasos.

*·········*

NOTAS

(1) Honneth, Axel: Reificación. Un estudio en la teoría del reconocimiento, Ed. Katz, Buenos Aires, 2007.
(2) Honneth, Axel, Op. Cit., p. 52.
(3) Morrison, Sue: Sobre el clown, disponible en el sitio http://www.barnabyking.com/clownabout.html, accedido el 25/10/2009, la traducción es propia.
(4) En la conceptualización de esto que vengo llamando vivencia, en relación con la emoción, con la afectación que vive la persona y proyecta el payaso, me interesa hacer una aclaración. Debería tomarse en cuenta a la vivencia como enlazada con la realidad de que se trata de un fluir de vivencias que se transforman y transforman así el contenido del estado del clown.
(5) La analogía con los parecidos en una familia es particularmente sugerente, Wittgenstein la explica así “No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión «parecidos de familia»; pues es así como se superponen y entrecruzan los diversos parecidos que se dan entre los miembros de una familia: estatura, facciones, color de los ojos, andares, temperamento…”. Wittgenstein, Ludwig: Investigaciones Filosóficas, Altaya, Barcelona, 1999, p. 40.