un vuelo. unas historias


el primer día salgo y no sé qué pasa. ni hablar ni abrazar ni nada. el otro día levanto vuelo. me sumerjo en la caída y disfruto. quién sabe qué pasó entre el medio. llueve adentro, claro. se abren puertas. y tengo una palabra para decirme y decirnos: fuerza

ícaro tiene muchas capas. en algunas de ellas no entro, no me abrazan. me quedo en lo primero que se me muestra y no llego al mito. es que hay tanto en lo que se comunica directamente, hacia la piel, hacia… ¿las entrañas?

estuve entre las capas de la relación del maestro Daniele Finzi Pasca con su compañero de vuelo, entre lo que se gestaba desde el escenario hacia nosotros. apreciando el gesto en conmoción, movimientos y tonos sutiles para acariciarnos, de verdad y sin vuelta. llegando siempre al límite de invitarnos sinceramente, sin empujar pero con las alas abiertas y la mirada cómplice.
fuerza y vamos

hoy leo.
estudio.
si quieren nos acompañamos así.
Le llamamos Pseudo-Apolodoro al más antiguo de los escritores que llegan a nosotros para dar palabras sobre aquel vuelo y su caída.

Más adelante un tal Hyginus nos habla, también cortito, de cómo Dédalo y su hijo escaparon del laberinto, en el número 40 de sus Fábulas.

Según parece, entre los antiguos el texto más bello y detallado sobre aquellas plumas juntándose con arte y cera nos llega de parte de Ovidio.

Con ustedes, ahora:


Dédalo e Ícaro

Dédalo entre tanto, por Creta y su largo exilio
lleno de odio, y tocado por el amor de su lugar natal,
encerrado estaba en el piélago. “Aunque tierras”, dice, “y ondas
me oponga, mas el cielo ciertamente se abre; iremos por allá.
Todo que posea, no posee el aire Minos.”
Dijo y su ánimo remite a unas ignotas artes
y la naturaleza innova. Pues pone en orden unas plumas,
por la menor empezadas, a una larga una más breve siguiendo,
de modo que en pendiente que habían crecido pienses: así la rústica fístula
un día paulatinamente surge, con sus dispares avenas.
Luego con lino las de en medio, con ceras aliga las de más abajo,
y así, compuestas en una pequeña curvatura, las dobla
para que a verdaderas aves imite. El niño Ícaro a una
estaba, e ignorando que trataban sus propios peligros,
ora con cara brillante, las que la vagarosa aura había movido,
intentaba apoderarse de esas plumas, ora la flava cera con el pulgar
mullía, y con el juego suyo la admirable obra
de su padre impedía. Después que la mano última a su empresa
impuesto se hubo, su artesano balanceó en sus gemelas alas
su propio cuerpo, y en el aura por él movida quedó suspendido.
Instruye también a su nacido y: “Por la mitad de la senda que corras,
Ícaro”, dice, “te advierto, para que no, si más abatido irás,
la onda grave tus plumas, si más elevado, el fuego las abrase.
Entre lo uno y lo otro vuela, y que no mires el Boyero
o la Ursa te mando, y la empuñada de Orión espada.
Conmigo de guía coge el camino.” Al par los preceptos del volar
le entrega y desconocidas para sus hombros le acomoda las alas.
Entre esta obra y los consejos, su mejillas se mojaron de anciano,
y sus manos paternas le temblaron. Dio unos besos al nacido suyo
que de nuevo no había de repetir, y con sus alas elevado
delante vuela y por su acompañante teme, como la pájara que desde el alto,
a su tierna prole ha empujado a los aires, del nido,
y les exhorta a seguirla e instruye en las dañinas artes.
También mueve él las suyas, y las alas de su nacido se vuelve para mirar.
A ellos alguno, mientras intenta capturar con su trémula caña unos peces,
o un pastor con su cayado, o en su esteva apoyado un arador,
los vio y quedó suspendido, y los que el éter coger podían
creyó que eran dioses. Y ya la junonia Samos
por la izquierda parte –habían sido Delos y Paros abandonadas–,
diestra Lebinto estaba, y fecunda en miel Calimna,
cuando el niño empezó a gozar de una audaz voladura
y abandonó a su guía y por el deseo de cielo arrastrado
más alto hizo su camino: del robador sol la vecindad
mulló–de las plumas sujeción– las perfumadas ceras.
Se habían deshecho esas ceras. Desnudos agita el los brazos,
y de remeros carente, no percibe auras algunas
y su boca, el paterno nombre gritando, azul
la recoge un agua que el nombre saca de él.
Mas el padre infeliz, y no ya padre: “¡Ícaro!”, dijo,
“¡Ícaro!”, dijo, “¿Dónde estás? ¿Por qué región a ti he de buscarte?
¡Ícaro!”, decía. Las plumas divisó en las ondas,
y maldijo sus propias artes, y su cuerpo en un sepulcro
encerró, también tierra por el nombre dicha del sepultado.

(trad. Ana Pérez Vega, http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/metamorfosis--0/html/)

Llega enseguida la presencia de una perdiz que aparece también en la obra de don Peter Brueghel el Viejo, devolviendo el extraño pasado del padre de Ícaro.

Hay un montón de historias cruzándonse con aquella primera, hasta Shakespeare se sumó.

Se trata de un vuelo que siendo, no pudo ser, mismo como se cantaba en Durazno en carnaval hace algunas décadas:

hay cosas que al parecer
parecen ser y no son
y hay otras cosas que son,
siendo no parecen ser.

 a elegirlas,

fuerza
de nuevo
pal vuelo