hemos visto: Pasan cosas. Cosas que pasan

No tan conocida como su faceta verídica, las críticas de cine inexistente de Julio César Castro son parte de su legado como poeta del humor excéntrico. Juceca es, arriesgo, uno de los pocos primos de los payasos en la literatura uruguaya.

La mención viene a cuento por dos lados, por el gusto de proponer una cercanía de Juceca con la sensibilidad payasa y ver si será también así para ustedes... y además porque el maestro comenzaba sus críticas de cine con las palabras "hemos visto...".

Pues bien, como ya escribí un hemos visto para Donka, del Teatro Sunil, ahora ya digo que tenemos en será clown una sección "hemos visto" (con su etiqueta y correspondiente vínculo ahí arriba a la derecha del blog), que irá comentando las payasadas que vayamos viendo. Esta sección está abierta para que ustedes manden crónicas-críticas similares.

entonces....

Hemos Visto la obra "Pasan cosas. Cosas que pasan", de Pipilas: las payasas Casandra Casanova y Ameba Kohen, así con apellido y todo, que en el mundo sin nariz roja vienen a ser Victoria Cestau y Milena Santos respectivamente. En la dirección trabajaron Eduardo Montero y Gabriel Salvetto.

viene a ser el primer formato largo de la barra que nos hemos formado con Luis Regalia (hoy conocido como el pelado Luis).

y, ¿cómo estuvo?

ah, nos divertimos... y también se revolvió la sensibilidad y la cabeza de pensadores de la escena, de estar ahí afuera, comentándola, y se agradece ese movimiento.

La obra hace honor a su nombre. En ella las cosas pasan. No hay una anécdota, al menos no en primer plano, para acompañar el recorrido. Lo primero es la llegada de Ameba siguiendo hilos rojos que la llevarán a entrar en una caja también roja. Cuando Casandra toma la escena, mantiene el ritmo de la música y el juego hasta encontrar a su compañera que, escondida, soltaba burbujas sin cesar, ni dejarse ver.

Lo que sigue es el encuentro, en una sucesión de gags de crecimiento hilados más que nada por lo que va quedando del juego anterior, aunque también por nuevas ocurrencias o problemas de las payasas. Y allí hay una fuerza y una debilidad: la valentía de proponer un juego escénico que se separa del relato pierde intensidad por la insistencia en una fórmula de crecimientos hacia el exceso. Quizás la fórmula no termina de cerrar porque además de ser muchos, los crescendos precisarían más desarrollo. Sucede que las payasas ya están activadas en una intensidad alta y el recorrido hacia su máximo del momento resulta breve. Si el punto es levantar una imagen y ser conducidos hasta verse explotar junto a ella, la cuestión puede pasar por atender a las transiciones entre gags para trabajar climas de bajada que hagan el repecho más intenso y jugoso.

Hay una belleza en la imagen de las cosas que pasan. La fineza en la realización de vestuario y momentos particulares como la tormenta eléctrica o el cambio de luces y sitio antes de la lluvia de pétalos hacen viajar al espectador desde un salto en la butaca a otro en la mirada. Y uno, como siempre, quiere más de eso.

La complicidad del dúo es el fuerte en Pipilas, lo que se anuncia entre ellas, en la obra y afuera. La pregunta que reaparece es ¿qué van a hacer ahora?. En lo que vimos ayer funcionaba más en el lugar del contrapunto que en la alianza sobre el final, pero es posible que esto no sea por la relación de dúo sino por las resoluciones del final mismo. Cada una tiene sus momentos de explosión, curiosamente desde un enojo parecido contra el mundo exterior, que se sustentan firmes sobre la relación de dúo.

Algunas elecciones sobre el final lo dejan a uno con gusto agrio a la salida. El segundo tramo de la obra va sobre el abandono, en principio Ameba siente la soledad de alguien que la deja, presumiblemente un hombre. Y luego eso va hacia la reivindicación, que Cassandra acompaña cantando tangos clásicos.

Recuerdo ahora la opinión de un colega lúcido, Diego Baffi, que viendo el "Cancionero Rojo" de Lila Monti y Darío Levín decía que la flecha de los problemas payasos apunta siempre hacia adentro y no tanto hacia lo mal que está el mundo allá afuera; esos problemas que nos rodean, se pueden ver quizás por espejo, como en Chaplin, pero no tapan la vulnerabilidad del clown.

Las Pipilas, sobre el final, toman una decisión diferente y apuntan la flecha hacia afuera. Invitan a un hombre del público a subir al escenario y juegan el destrato, como revancha del abandono quizás, pero colaborando a ese gusto agrio. Tras ese momento, el destape de vestuario, que anunciaba fragilidad, se cubre de fuerza desafiante y cuesta ver fragilidad en una salida que el público aplaude contradecido y un tanto incómodo. Vale resaltar que no hay recetas sino elecciones estéticas, pero se me cruza la idea de un género y sus límites. Lo bueno es que tras esto uno queda con preguntas:

¿será que el público debe ser tratado con respeto por los payasos?, ¿no estamos acaso para faltar el respeto a las vacas sagradas de la costumbre?, ¿desde cualquier lugar?, ¿cómo emparentar la vulnerabilidad y la actitud desafiante?

uno se pregunta por límites y lo hace agradecido de ver el trabajo de estas compañeras payasas, que ojalá siga rodando en la naciente y cada vez más activa escena local de payasos.

y así cerrando, queriendo abrir, entre límites, unas imágenes de Aristóteles, que hablaba sobre asuntos vecinos. Quizás tratamos, como los arqueros, de dar en el blanco con la mayor justeza posible, sabiendo que el asunto tiene mucho que ver con las fallas. y también, que siempre estamos en un día de viento.

*** escribí esta entrada a los pocos días de ver el estreno de la obra. releyéndola ayer, sentí las ganas de moldear aristas cortantes o incisivas de la crítica. decidí dejar el texto como estaba, agregando esta nota. la entrada habla sobre una función, en la que por suerte no todo está previsto y en la que, siendo la primera, se prueba el material. con las ganas de seguir viendo pruebas de las pipilas, otros tres asteriscos cierran ahora ***